(Amelia Haidée Imbriano)
La odisea del Siglo XXI, es un analizador de la subjetividad contemporánea y de sus perspectivas. Parte para ello de un profundo estudio de las pulsiones, centrando el enfoque y las hipótesis de trabajo en la preponderancia de la pulsión de muerte en las patologías actuales.
En "Los nombres de la muerte", fundamenta lo destructivo del exceso de la pulsión, del padecimiento del exceso de satisfacción, del avance de lo Real. La autora lo expresa de esta forma: "todo es relativo al poder que radica en el producto-mercancía, inventando el sistema de la caducidad reciclable". "Los objetos que resultan del saber de la ciencia y de la industria, solo agravan la falta de regulación pulsional, lo cual va en un incremento de la pulsión de muerte. Lo que aporta el capitalismo bajo el nombre de la ciencia es una industrialización del fantasma: vende imágenes que tengan ese poder de captar el goce de los sujetos".
04-10-2006 - Por Alberto Santiere
Editorial Letra Viva. 2006
Título sugerente que me provoca de inmediato –teniendo en cuenta que esta obra es una invitación al psicoanálisis– la presente asociación libre que paso a detallar: La Ilíada y la Odisea,... Homero y el dios Apolo,... el Apolo 13, “Perdidos en el espacio”,... y –extrapolando de nuevo– 2001Odisea en el espacio, junto a imágenes visuales del hombre “destruido” por la máquina HAL 9000.
Alguna versión decía que IBM habría rehuído dar su nombre –ante la respectiva solicitud para esta ficción– a una computadora que se habría vuelto loca matando humanos, ante lo cual el escritor optó por cambiar cada inicial por su precedente, al convertir a la I en H, a la B en A, y a la M en L (camuflando IBM en HAL), para esta historia que llevó al cine Stanley Kubrick). Tomo entonces esta imagen: la máquina que mata. La odisea del sujeto capturado por lo que produjo sin saber.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el excelente recorrido que ofrece Amelia Imbriano en este libro? La Odisea delimitada por la autora pone de relieve el alcance de la maquinaria del goce; del imperio de la pulsión de muerte.
Amelia se propone mostrarnos implacablemente la letra que se esconde detrás del discurso capitalista que consume a la subjetividad presente, la letra esclavista que encubre la tecnología, la letra que promueve el imperio del goce en un mundo “Cambalache” sin límites. Muestra las consecuencias que percibimos en la clínica cuando no opera correctamente, la función paterna, la ley; y las modalidades que exteriorizan problemáticas “que toman al sujeto en un goce irrefrenable y lo llevan a los bordes de una muerte no metaforizada” –como nos cuenta en el apartado “La disyunción deseo-goce”–.
La odisea del Siglo XXI, es un analizador de la subjetividad contemporánea y de sus perspectivas. Parte para ello de un profundo estudio de las pulsiones con una precisa lectura desde el Freud de Más allá del principio del placer y de Lacan, centrando el enfoque y las hipótesis de trabajo en la preponderancia de la pulsión de muerte en las patologías actuales.
Para guiarnos por la huella de su investigación, destaca como desde Lacan es posible pensar la pulsión sin referirla a la biología, como una energía que depende de la incidencia del significante. Y refuerza la importancia del campo pulsional para el psicoanálisis en “Apuntes para una revisión del concepto de pulsión”, constituyendo puentes para entender algo más de lo Real.
Esto adquiere relieve sustancial porque el discurso dominante se nutre de un extraordinario conocimiento –no tan solo intuitivo– del ancla pulsional que sumerge al sujeto mediante la boca insaciable del consumo. Es decir, de los mecanismos intervinientes para que se relacionen la urgencia de vender con la compulsión a intentar llenar un barril sin fondo por la búsqueda adictiva del objeto perdido.
En “Los nombres de la muerte”, fundamenta lo destructivo del exceso de la pulsión, del padecimiento del exceso de satisfacción, del avance de lo Real –es decir lo que queda por fuera de toda representación–.
Podríamos arriesgar siguiendo los lineamientos propuestos en “La gestión política” y en “Eros privado”, –y cómo ningún objeto puede satisfacer totalmente a la pulsión–, que los formadores de mercado –tecnócratas, dirigentes– son freudianos. Que digo freudianos, lacanianos! Montan el discurso en relación directa a los determinantes y características de la pulsión. Suministran cuanto objeto de consumo ilusione de tapar la falta. Una ilusión es algo que parece pero no es. Y son las vicisitudes de las crisis de superproducción las que aceitan el mecanismo de multiplicar la oferta hasta el delirio. Lo nuevo ya es viejo antes de nacer.
Amelia lo expresa de esta forma: “todo es relativo al poder que radica en el producto-mercancía, inventando el sistema de la caducidad reciclable”. Y prosigue categoricamente: “Estos objetos que resultan del saber de la ciencia y de la industria, solo agravan la falta de regulación pulsional, lo cual va en un incremento de la pulsión de muerte. Lo que aporta el capitalismo bajo el nombre de la ciencia es una industrialización del fantasma: vende imágenes que tengan ese poder de captar el goce de los sujetos”.
Pienso que aparece así la consecución siempre fallida del todo, como una suma que resta... al sujeto. El brillo de espejitos no refleja las miserias de lo descartable, pero las produce.
Son tiempos en los que el Aleph de Borges se cristaliza en el Google a un click de distancia (¡Todo el saber concentrado en un punto! – ¡qué sería de nosotros si se produjese un big bang digital del conocimiento!–) Tiempos en los cuales el Discurso que mata se disfraza de Bien supremo,... o la muerte es elidida como horizonte (nadie fallece de viejito sino de la falla de lo que pudo haber sido perfecto –ejemplo neumonía, paro cardio-respiratorio... y como ironizaba Woody Allen: ¡no entiendo como se murió si comía arroz integral todos los días y tenía tan solo cien años!–.
Son tiempos como plantea Amelia Imbriano en los cuales “la globalización impone la igualación obligatoria que actúa en contra de toda diversidad y promueve la cultura del consumo. Las sociedades cuentan en tanto que mercado y la ética imperante es el utilitarismo”. O como desarrolla en “Lo aditivo adictivo”: “Es el mundo de las soluciones, del siempre listo... de químicos para dormir, despertar, tener fuerza, divertirse, no comer, no dormir, no parar”. Y esto de la mano del discurso ofertado da pie a que el sujeto en el campo de la Salud ingrese a la búsqueda incesante de los artificios que se deducen del “¡de ese, deme cuatro!”... Fue un error, quise decir del DSM4.
Pasamos a las preguntas que reflejan la preocupación de Amelia en relación al porvenir de la subjetividad en “¿Qué puede ofrecer el psicoanálisis” y a ¿cómo tratar lo real del goce pulsional mediante lo simbólico?, cuando afirma que “en un psicoanálisis lo que está en tratamiento es el sujeto de goce de la pulsión de muerte, o sea, sometido a la primariedad de la pulsión; nos referimos al sujeto atrapado por la maquinaria del inconsciente, sumergido en una dormidera inercial, atrapado en las redes de los significantes amos de su constitución. Y agrega, “... está en tratamiento la destitución del sujeto en tanto que goce, y el advenimiento del sujeto en relación a la imposibilidad del todo-saber, único camino hacia el deseo”.
Dejo para el final lo que considero un acierto más en la transmisión. Este volumen está pensado para que llegue a un amplio campo de lectores pues está imbuido del espíritu freudiano. Pienso que lo único que ilumina es la claridad, lejos del goce hermético de la cerrazón discursiva –aquella que alienta al brillo fálico de lo complicado, la moda de lo ininteligible–. Es un libro que apunta a “abolir la esclavitud en la enseñanza”, a “provocar el deseo de saber” –frases ambas trabajadas por la autora–. Estimula nuevos interrogantes en los lectores. En esta dirección emerge una preocupación que entiendo actualiza esta necesaria obra... Erich Fromm escribía ¿Podrá sobrevivir el hombre?, tal vez Amelia sugiera si ¿podrá sobrevivir el sujeto?
Decía la autora que el trabajo del seminario es despertar, y propone que una pregunta nos trabaje. Tal vez este texto nos hable de como transmitir un sueño... el que refiere en la última oración de la obra:
Qué “los analistas no retrocederemos de nuestra ética”.
En consonancia con un Freud de hace exactamente 80 años cuando en ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial (1926), decía:
“... en modo alguno consideramos deseable que el psicoanálisis sea fagocitado por la medicina y termine por hallar su depósito definitivo en el manual de psiquiatría, dentro del capítulo 'terapia', junto a procedimientos como la sugestión hipnótica, la autosugestión, la persuasión...”
Este libro es un puente para que la ética del psicoanálisis no sucumba en la Odisea.