sábado, 3 de marzo de 2007

- Dialéctica

Máximo conocimiento de la realidad o mera pseudociencia, parte de la lógica o praxis revolucionaria, el concepto de dialéctica ha logrado seducir a numerosos filósofos de diversas épocas y corrientes.

El término dialéctica ha tomado distintas significaciones a lo largo de la historia de la filosofía.

Por su etimología, el concepto remite a dos términos griegos: dia ("día": de lo uno a lo otro) y legein ("légein": decir, razonar, determinar, definir), por lo que su sentido más ordinario equivaldría a un "arte del diálogo" donde se produciría una contraposición o lucha entre dos o más lógoi o "razones".

El sentido de pugna, oposición y contradicción es el que ha quedado más subrayado en todas las concepciones filosóficas de la dialéctica. Por ser el lógos, razón y determinación de algo (definición), trae consigo la determinación de lo contrario o lo otro que no es él. La definición de una cosa (el día) es siempre la definición de su contraria (la noche) y la afirmación de un término implica la negación de su opuesto. Por ello, se ha terminado identificado a la dialéctica con la erística o arte de la disputa, muy utilizada por los sofistas.

Platón entiende la dialéctica de dos maneras, primero como un camino o método mediante el cual y gradualmente ascendemos desde la mera opinión (imaginación y creencia) al verdadero conocimiento (episteme) de la realidad : la contemplación inmediata e intuitiva de las ideas (eidós), cuyo logro no es posible sin cierto ascetismo y renuncia a los sentidos y lo corporal.

En la República, Platón establece una correlación entre los grados de conocimiento y los distintos grados de ser, ocupando las ideas la máxima jerarquía tanto gnoseológica como ontológica. Por ello, en esta primera concepción, la dialéctica, concebida como el camino y el método del conocimiento y de la ciencia lo es también de la libertad y la justicia. Sólo el filósofo, como máximo dialéctico, podrá liberar a la humanidad de las sombras de la caverna y traer la justicia al mundo.

En su segunda acepción recogida en el Filebo, el Parménides y el Sofista, Platón concibe la dialéctica como un examen de las distintas ideas y de las relaciones que mantienen entre sí unas con otras, mostrando su trabazón (symploké) y comunicación (koinonía). Las ideas son los géneros de las cosas, a partir de los cuales y por división (diaíresis) se definen las especies o determinaciones de las cosas.

Esta concepción será duramente criticada por Aristóteles, para el que la unidad del ser no puede ser la de un género. La dialéctica es un pseudociencia inductiva meramente probable que no aporta conocimiento científico y que debe ser sustituida por la lógica como método e instrumento capaz de otorgar un conocimiento universal y necesario sobre lo particular mediante el silogismo. En esta misma línea, el estoicismo concebirá a la dialéctica, junto con la retórica, como una de las divisiones de la lógica y Kant como una "lógica de la apariencia" mediante la cual la razón rebasa los límites de toda experiencia posible. Las ideas de alma, Dios y mundo hacen un uso ilegítimo de las categorías al no ser aplicadas sobre los fenómenos.

La dialéctica volverá a recuperar su sentido "fuerte" con Hegel, que la entenderá desde dos aspectos distintos: el ontológico y el lógico, aspectos que, por lo demás él identifica al hacer coincidir realidad y razón, sujeto y objeto.

Como ontología, la dialéctica hegeliana, en clara deuda con Heráclito y con el monismo de Spinoza, concibe la realidad dinámicamente como una oposición de contrarios, producto de una razón (Espíritu) absoluta, infinita y creadora que se despliega y deviene con una finalidad: la total autoconciencia de sí. El infinito, la razón o la idea tienen como motor de su propio devenir la contradicción porque siempre que algo deviene, lo hace en algo distinto (otro) de lo que es esencialmente (en sí), sirviendo de escalón a que el en sí (objeto) sea también un para sí (sujeto), con lo que se supera la escisión entre sujeto y objeto. La razón es creadora: el sujeto construye el objeto al conocerlo. El objeto sólo existe en tanto que pensado como distinto de mí.

La dialéctica como ontología entiende que hay una regla, un orden en el continuo fluir de contradicciones y que se da en tres momentos que se corresponden con las expresiones de Fichte: Tesis, antítesis y síntesis, aunque Hegel utilizará otros términos al referirse a ellas.

En un primer momento (tesis, posición), lo que está "en sí" se niega y se desgarra (aliena) en lo "otro" (antítesis, negación). Estos dos momentos se reconcilian en un tercero (síntesis, negación de la negación. Superación) que, de manera circular, se convierte en un nuevo primer momento (tesis) que deberá ser negado otra vez.

Entendida la dialéctica como lógica, Hegel cree que existe un orden en el fluir continuo de las contradicciones que, entendido como un devenir de la realidad (objeto) hacia la reflexión de sí misma (sujeto), supone una ley racional: lógica.

La nueva lógica que propone Hegel no se basa, sin embargo, en el principio de identidad, sino en el principio de contradicción. Se establece una contradicción que no debe ser rechazada o negada, sino plenamente asumida y reconciliada. Si A es B, A depende de B, que a su vez lo niega, lo contradice. En tanto que pensado A es realizado cuando es negado por B. En definitiva esta proposición equivale a la afirmación de que A es A, en lucha con B.

La lógica dialéctica queda subsumida en la fenomenología del espíritu y permite que la filosofía se convierta en sistema: la culminación de todos los saberes.

Invirtiendo la postura de Hegel, Marx construirá una dialéctica en torno a la materia (no a la idea), cuya finalidad no será la simple teorización y justificación de la realidad, sino su transformación revolucionaria.
La dialéctica se fundamenta en tres leyes, elaboradas por Engels en su materialismo dialéctico y que pueden enunciarse de la siguiente manera:

1. Ley de unidad y lucha de los contrarios: Todo en la naturaleza está compuesto por parejas de opuestos que residen en la materia y están en continua lucha causando los movimientos y cambios de la naturaleza y su diversificación en distintos seres.

2. Ley de conversión de la cantidad en la cualidad y viceversa: el aumento o la disminución de la cantidad de materia transforma y cambia la cualidad de las cosas y al revés, lo que supone un mejoramiento de los seres, entendido como un progreso (evolución).

3. Ley de la negación de la negación: La negación preside todos los cambios constituyéndose en tríadas dialécticas en las que el primer contrario es la tesis, el segundo la negación de la tesis (antítesis) y el tercero la negación de la negación de la tesis (síntesis), que agrupa lo bueno de las dos primeras.

A partir de estas leyes Marx elabora una dialéctica de la historia, denominada materialismo histórico, que se fundamenta en el desarrollo de las fuerzas de producción (el trabajo) y cuyo motor es la lucha de clases.

Como la base real de cualquier sociedad es la estructura económica, y esta está constituida por las relaciones de producción, la historia no se conduce por las ideas (o la razón hegeliana), que no son sino elementos de la superestructura o ideología. Al contrario, la ideología dominante en cualquier época es la ideología de la clase dominante, y siempre justifica la estructura económica que la ha generado.

Cuando las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción o con las relaciones de propiedad en las que habían surgido, se abre un período de transformación radical (antítesis) que se resuelve en un nuevo período (tesis) en el que se establecen nuevas relaciones de producción.

Para Marx el devenir histórico conduce irremediablemente a la abolición de las clases sociales y el establecimiento de una nueva y definitiva sociedad: la sociedad comunista que surgirá después de la revolución socialista y de la dictadura del proletariado.

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