miércoles, 21 de marzo de 2007

- El duelo por la muerte del padre

por Jamin Abuchaem

El siguiente es uno de los artículos póstumos del doctor Jamil Abuchaen, psicoanalista y profesor. Fue resumido y adaptado por el doctor Alberto Alvarado Cedeño.

“Primero, me llorarán;
luego, me pensarán.
Después, me olvidarán.”

(de Nemer Ibn Barud: Monosílabos)

El tema sobre el duelo por la muerte del padre me ha interesado desde hace mucho tiempo. Creo que uno de los motivos más importantes está relacionado con la pérdida de mi padre en edad avanzada, cuando él sólo había completado sus setenta y un años.

Aun cuando yo había sobrepasado el tiempo que suele durar estas condiciones se movilizaron dentro de mí “todos mis sentimientos más tempranos”, como le comunicó Sigmund Freud a Wilheim Flíess, su amigo, contestando su carta enviada en la ocasión de la muerte del padre de Freud.

En esa carta, del 2 de noviembre de 1896 -el padre de Freud había fallecido el 23 de octubre de este mismo año- escribe:

“Me cuesta mucho escribir justamente ahora que he dejado pasar tanto tiempo, para agradecerte las conmovedoras palabras de tu carta. Por uno de esos senderos oscuros que pasan por detrás de la conciencia formal, la muerte de mi padre me ha afectado profundamente. Yo lo estimaba muchísimo y la comprendía perfectamente y con esa mezcla de profunda sabiduría y romántica alegría, tan peculiar en él, significó mucho para mí. Sin duda alguna su vida en sí ya había terminado hace tiempo, pero su muerte real ha hecho revivir en mí todos mis sentimientos más tempranos. Ahora me siento completamente desamparado.”

Esta carta fue traducida en diferentes formas que no coinciden en su totalidad. Así, Ludovico Rosenthal la redactó con el siguiente texto:

“Por ahora me resulta tan difícil escribirte, que hasta he dilatado varias veces el momento de agradecerte de todo corazón las conmovedoras palabras que me has dirigido en tu carta. A través de alguna de esas rutas que corren tras la conciencia oficial, la muerte del viejo me ha afectado profundamente. Yo lo estimaba mucho y lo comprendía perfectamente; influyó a menudo en mi vida, con esa peculiar mezcla suya de profunda sabiduría y fantástica ligereza de ánimo. Cuando murió, hacía mucho que su vida había concluido, pero ante su muerte todo el pasado volvió a despertarse en mi intimidad. Ahora tengo la sensación de estar totalmente desarraigado.”

Lo que es llamativo es el uso de las palabras desarraigado y, desamparado.

La palabra desamparo implica los siguientes sinónimos: solo, indefenso abandonado, huérfano desvalido, desabrigado, descuidado; perdido, extraviado, inerme, etcétera.

No importa mucho examinar con detenimiento o mayor profundidad la preferencia de los traductores por una u otra palabra. Lo que deseo es hacer hincapié en el sentimiento que Freud expresa por la muerte de su padre: se sentía hondamente comprometido y no sólo con su presente sino y fundamentalmente con su pasado. Lo que llama la atención es la vivencia de orfandad que tanto una como otra de cualquiera de las dos palabras utilizadas en la traducción transmiten.

Al leer una de las cartas que Freud escribe a Sandor Ferenczi el 16 de septiembre de 1930, agradeciendo sus condolencias por la muerte de su madre, el clima afectivo es bien otro.

Escribe Freud:

“Querido amigo: Ante todo, mis gracias más expresivas por las bellas palabras que dedicas a la muerte de mi madre, la cual me ha afectado en una forma peculiar. No siento ni dolor, ni pena, lo que probablemente puede explicarse por las circunstancias especiales que concurran en el caso, como, por ejemplo, su avanzada edad, la pena que me inspiraba su postración final y al mismo tiempo un sentimiento de veneración que me parece también comprender. No me sentía libre para morir mientras ella viviera; y ahora sí. Seguramente los valores que atribuyo en mi interior a la existencia habrán experimentado una transposición considerable en los estratos más profundos. No asistí al funeral, en el que me representó también Anna…”

Qué distante es la actitud afectiva de Freud ante los dos acontecimientos más importantes en la vida de un ser humano!

El papel del padre

Examinemos el problema desde una perspectiva más general. Lo primero que llama la atención es que el duelo por la muerte del padre ha sido, en la literatura psicoanalítica, homologado con el de la muerte de la madre. Esto es tan así que cuando se estudia el fenómeno del duelo ningún autor hace la distinción de la estructura, dinámica y consecuencias entre uno y otro tipo.

Hay algunas pocas referencias de los efectos dañinos que la desaparición del padre o de la madre pueden llegar a provocar en el individuo si este es un hombre o una mujer.

Habitualmente se ha hecho hincapié en el duelo por la muerte de la madre y en algunas escuelas psicoanalíticas (como la kleiniana), las consecuencias de este duelo pueden referirse no sólo a la totalidad de la madre como persona sino a aspectos parciales de ésta. Es sumamente frecuente que se hable del duelo por el pecho de la madre durante el período de destete, del duelo del vientre materno durante y después del parto, etcétera.

El papel del padre no ha merecido una atención especial y para algunos analistas lo que marca las características fundamentales de una personalidad adulta son los duelos que ha sufrido por la pérdida de la figura materna o aspectos parciales de ésta.

En mi trabajo clínico como psicoanalista, hace más de treinta y cinco años, he observado un fenómeno que cuando lo vi por primera vez me causó suma extrañeza.

Este hecho clínico consiste en haber encontrado -reiteradamente que la muerte del padre, acaecida en cualquier edad, pero principalmente en las etapas tempranas del desarrollo y en la adolescencia, reviste particularidades inconfundibles y cuya repercusión en la vida del doliente, tanto para el hombre como para la mujer, son asombrosamente idénticas o muy semejantes en su dinámica.
Este hecho clínico me llamó la atención porque lo esperable era que la hija sufriera consecuencias distintas de aquellas referidas al varón. De acuerdo con mi experiencia clínica, los acontecimientos psicológicos, tanto en el hombre como en la mujer, obedecen a una misma dinámica anímica.

Me siento con derecho, a raíz de la observación de mis psicoanalizadas, a sostener que la muerte del padre -manifiesta o latentemente constituye el acontecimiento más fundamental que puede ocurrir en la vida de una persona, sea ésta del sexo masculino o del femenino.

Si volvemos a examinar la carta de Freud a Fliess, del 2 de noviembre de 1896, nos encontramos con una estremecedora confesión para un hombre que en la oportunidad, tenía apenas cuarenta años: … pero su muerte real ha hecho revivir en mi todos mis sentimientos más tempranos. Ahora me siento completamente desarraigado (o desamparado)”.

La genialidad de Freud le permitió recortar lo que yo considero el aspecto más esencial del duelo por la muerte del padre: el desamparo o desarraigo. Este desamparo atañe tanto a la mujer cuanto al hombre y se manifiesta con igual intensidad en cualquiera de los dos.

Las etapas del duelo

Empecemos a definir en qué consiste un duelo. Freud, en “Duelo y melancolía”, escribe:

“El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente, la patria, la libertad, el ideal etc…” (Duelo y melancolía, pag. 243.)

“Esta reacción a la pérdida es sumamente dolorosa y necesita de un período de tiempo relativamente largo para que se pueda llevar a cabo.” (En “Análisis de un caso de neurosis obsesiva” -el hombre de las ratas- Freud da una cifra aproximada de dos años.)

Esquemáticamente, podemos trazar las siguientes etapas en un trabajo de duelo:

* Primera etapa: examen de la realidad.
* Segunda etapa: aceptación de la pérdida.
* Tercera etapa: identificación con el objeto perdido.
* Cuarta etapa: sustitución del objeto perdido.


Primera etapa: Examen de la Realidad

Primera etapa, a la que podemos llamar examen de realidad, puede sufrir dos destinos especiales: el sujeto en duelo acepta la pérdida del objeto o no la acepta … conviene aclarar el sentido de la palabra objeto en psicoanálisis, es parecido al que se usaba clásicamente como objeto de mi pasión de mi resentimiento, objeto amado, etcétera.

Como siempre, la aceptación de la realidad dolorosa no es permanente al comienzo. Se realiza por períodos: durante algún tiempo se asume la pérdida y, en otros, se la niega. Son momentos que se alternan y que suelen tener duración variable -de minutos, horas o días-. O, también, años.

Para que el trabajo de duelo pueda continuar su elaboración (procesamiento), es necesario que la persona acabe por aceptar que el objeto ya no existe más en la realidad externa que ha desaparecido ha muerto, se ha destruido o es inexistente.

La imposibilidad de elaborar este acontecimiento seguramente estanca el trabajo de duelo. Para que podamos desprendernos de un objeto perdido es inevitable que aceptemos que ya no está. Mientras alimentamos la esperanza de que vive o está oculto en algún lugar, resulta imposible desligarse de él.

El ejemplo más cruel y dramático es el de los sobrevivientes de los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial que, al no ver el cadáver de sus parientes desaparecidos, siempre mantenían prendida la idea de que volverían algún día, con lo que vivían en estado de permanente y frustrada espera.

En caso de que la aceptación pase por períodos más largos, el sujeto podría pasar a una segunda etapa de elaboración, que podemos llamar aceptación de la pérdida o de la realidad. En psicoanálisis, la palabra elaboración designa el trabajo realizado por el psiquismo con vistas a dominar las excitaciones que le llegan y cuya acumulación ofrece el peligro de resultar patógena.

Segunda etapa: Aceptación de la Pérdida

La aceptación de la realidad o de la pérdida también es fluctuante y lleva a una identificación con el objeto muerto o desaparecido. Suelen ocurrir dos posibilidades. El sujeto se identifica con el muerto o con el destino del muerto. Si hay una fuerte identificación con el destino del muerto, el sujeto seguirá ese destino y esto lo conducirá al suicidio manifiesto o enmascarado (accidentes, enfermedades fatales, etcétera).

En caso de que la identificación se produzca únicamente con la persona del muerto, el individuo en duelo pasa a la tercera etapa elaborativa. Debemos aclarar qué entendemos por identificación: es un proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste.

Tercera etapa: Identificación con el Objeto Perdido

Esta etapa puede ser denominada decisión de vivir. El proceso de duelo puede seguir uno de estos dos caminos: el sujeto se decide a vivir identificado con el muerto o lo sustituye por un nuevo objeto. En caso de vivir identificado con el objeto perdido, adquiere características de este objeto y, muchas veces, se conduce en la vida como él.

Cuarta etapa: Sustitución del Objeto Perdido

Es la etapa final, que podemos llamar de sustitución del objeto perdido. Esta sustitución puede ser parcial o total. Un ejemplo de sustitución parcial es el individuo que se casa con la cuñada soltera.

Otro más frecuente es el de la viuda que mantiene el retrato de su difunto esposo en un lugar privilegiado de la casa y muy frecuentemente lo utiliza para hacer comparaciones con su nuevo compañero, en las cuales éste siempre lleva las de perder.

Estas etapas -como dije anteriormente - son arbitrarias; no se desarrollan sucesivamente sino que se producen alternadamente, ora predominando una, ora la otra. El trabajo final de un duelo bien elaborado debe conducir a la sustitución total del objeto. En otras palabras, el sujeto consigue desligarse del objeto perdido y ligarse a un nuevo objeto.

La elaboración de un duelo se ve interferida por dos fenómenos psicológicos que fueron descriptos por Freud: por el sentimiento de culpabilidad, a consecuencia de la natural ambivalencia (sentimientos de amor y odio) del sujeto hacia su objeto perdido, y por la elección narcisista del objeto.

Cuanto menor ha sido la ambivalencia afectiva hacia el objeto, más favorecido se ve el trabajo de duelo. Lo mismo ocurre cuando menor ha sido la participación de los aspectos narcisistas del sujeto en la elección del objeto. En estas circunstancias hay más posibilidades de llevar a buen término la elaboración del duelo. Para los lectores no especializados intentaré aclarar el término narcisismo.

En psicoanálisis designa un concepto extremadamente complejo. Todos conocemos el mito de Narciso, el hermoso joven que se enamoró de su propia imagen reflejada en un estanque.

De este mito tomó Paul Nacke la palabra para denominar un hecho clínico que consiste en la hiperestimación del poder de los propios actos y de los propios deseos, en la creencia en la omnipotencia de las ideas, una fe ciega en la fuerza mágica de las palabras; en suma, una actitud megalomaníaca; a veces esa actitud es muy evidente, por ejemplo en los psicóticos que se creen Napoleón Bonaparte, y a veces está bastante oculta, por ejemplo en las personas melancólicas, que presentan a la vez una intensa desvalorización de sí mismas.

La función de la madre

Veamos, ahora, cuáles son las funciones de la pareja parental durante el proceso de desarrollo evolutivo del niño. Comencemos con la más conocida de todas que es el papel de la madre.

Es interesante señalar que todos los autores han hecho hincapié en la importancia de la madre en la crianza del hijo, principalmente en las etapas tempranas y fundamentalmente durante los primeros seis meses de la vida posnatal.

En cuanto al papel del padre éste ha sido bastante ignorado y la casi totalidad de los autores -psicoanalistas o no suelen darle una función secundaria. Esto es evidentemente claro en la escuela kleiniana, donde la madre juega el papel principal. La escuela lacaniana, de alguna manera con sus teorías acerca del desarrolló del niño, reserva un papel más decoroso para el padre y lo transforma en todo momento en una figura sumamente restrictiva de la libertad del niño.

En los últimos tiempos, algunos autores han reconocido otros aspectos de la función del padre en el desarrollo del niño. Entre nosotros, Arminda Aberastury y Eduardo Salas enfatizan mucho la necesidad del contacto físico del niño con su padre y consideran que este contacto es imprescindible para evitar el camino de la homosexualidad. Dicen los autores:

“Esta carencia de contacto con el padre es una de las raíces del rechazo del hijo y deja una nostalgia que podría ser el origen de una búsqueda posterior y desesperada de sustitutos paternos a través de toda la vida.”

Luego, bajo el título de “El papel del padre”, dicen:

El papel del padre varía según las diferentes edades del hijo y, muchas veces, la falta de adecuación a nuevas necesidades hace que un buen padre de un hijo de dos años se transforme luego en un incomprensivo o ausente para el hijo adolescente.

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